29 enero 2009.
Visiones alternativas a la ciudad contemporánea:
• El espacio ha dejado de ser entendido como natural y pasa a ser percibido como político.
• Estas nociones espaciales desafían los cánones de la arquitectura: función, forma, estructura,… y se convierten el instrumentos de subversión política y transgresión cultural.
• Las estructuras urbanas se presentan como expresión espacial de una dominación institucionalizada.
Estas afirmaciones se basan en la idea que comparten, aunque con sustanciales matices, George Bataille y Michel Foucault. Si bien el primero se refiere a una arquitectura simbólica y el segundo a una arquitectura panóptica, en ambos casos se otorga a la arquitectura el papel principal como representante de la autoridad que controla y vigila a la población. Y esto, que puede que fuera así en un momento determinado de la Historia [qué duda cabe de la transcendencia que hasta nuestros días ha tenido la herencia de los postulados del movimiento moderno], no es sino una demostración más de la volatilidad de los valores sobre los que se sustentan los principios que rigen a la inmensa mayoría de la población. Los mecanismos de control que la arquitectura pueda generar no son mínimamente comparables, a mi juicio, con los que puedan generar otras disciplinas como la educación, los medios de comunicación, la publicidad, la literatura, y, por supuesto y por encima de todas, internet. La arquitectura tradicionalmente siempre ha estado diferenciada, en términos de escala, entre edificación por un lado y urbanismo por otro. A la pregunta sobre qué arquitecto le gustaba más o menos, Rafael Moneo respondió que ninguno, él creía en la buena arquitectura, no en los buenos o malos arquitectos. Esta aparentemente inocente respuesta desahoga y mucho el papel que el arquitecto pueda tener sobre el control social que hoy en día se lleva a cabo. Creo, como D. Rafael, que la buena arquitectura existe, pero que la mayor parte de la producción arquitectónica se encuentra encorsetada por determinados factores externos, imposibles, en la mayoría de los casos, de ignorar. Todos conocemos el papel especulador hacia el que la arquitectura ha degenerado, y no es menos cierto que existen presiones para que esto continúe así, “por el bien de todos” se atrevería a firmar alguno. La cuestión a debatir es si la que ejerce el control social es la propia arquitectura o todos los factores externos que la politizan.
Los grandes cambios que se han producido en la sociedad desde la revolución industrial han servido para alejar al individuo de su hogar como lugar de trabajo, para obligarle a recorrer cada día distancias más largas hasta llegar a él, para incitarle a comprar en determinados establecimientos o centros comerciales, para emplear su tiempo de ocio en determinadas actividades,… ahí es donde creo que está el control social que el libro propone. Es sintomático observar que las tipologías de vivienda que se proponían a principios del siglo pasado siguen vigentes hoy en día, y muchas veces subvertidas por intereses económicos que las cercenan. Los sistemas de crecimiento de las ciudades se basan en unos principios urbanísticos obsoletos que traen como consecuencia la alienación del individuo, la no integración del extranjero que acaba revelándose contra las fuerzas del orden público, como sucedió en la periferia de París y tantos otros lugares.
Es en este caso la arquitectura, al menos la construida, la que va por detrás de esta evolución. Quizás por la cantidad de agentes que entran dentro del proceso edificador, o por la dificultad que entraña responder a los intereses generados, pero el hecho es que la realidad construida presenta un grado de obsolescencia preocupante, nace muerta. En este sentido, las “arquitecturas prematuras” que Isidoro Valcárcel Medina realiza ponen en evidencia el desfase entre la arquitectura y la realidad, entre el poder y la conciencia. ¿Cómo responder a los nuevos modelos de relación, a la longevidad de nuestros mayores, a las alternativas laborales, a las nuevas familias mono parentales,…?.Personalmente creo que la arquitectura debería volver a plantearse estas preguntas aun por encima de los intereses que se generan a su alrededor.
Diego Izquierdo Díez.